Jesucristo era verdaderamente Dios y verdaderamente hombre -y como hombre fue estrictamente de su tiempo, habiendo crecido en el seno de las costumbres sociales, dentro de un hogar religioso, con hermanos, amigos y compañeros, y trabajó con otros como carpintero-. Como tal, anduvo en conformidad a los tiempos en que vivió. Habló y enseñó a la manera de entonces. Sin embargo, se dijo de Él: “¡Jamás hombre alguno ha hablado como este hombre!”