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Comentando el texto ”El que no escatimó ni a su propio Hijo... ¿cómo no nos dará también con él todas las cosas?” (Romanos 8:32), la autora comienza su libro con este comentario: Querido Señor, esta mañana los dedos de la fe tocan con alegría este carillón de dulces campanas, haciéndolas sonar con júbilo para alabanza de tu misericordioso nombre.